viernes, 18 de diciembre de 2009

Los chachapoyas en la conquista española


Sometidos al Cuzco y
aliados de España.
Estracto, del trabajo realizado por Mª Concepción BRAVO GUERREIRA - Universidad Complutense de Madrid - Departamento de Historia de América. Publicado por la Revista Española de Antropología Americana 2003, vol. extraordinario 335-344.

Chachapoyas y Cañaris habían sufrido el rigor de las represalias de Atau Huallpa en sus campañas de avance desde Quito a Cajamarca.

Los estudios arqueológicos efectuados en las áreas de ocupación de ambos grupos, —mejor conocida la de los cañaris (González Suárez 1922; Alcina 1983)— corroboran los datos de su pasado histórico, consignados en las crónicas del siglo XVI, como pueblos sometidos a los incas desde el reinado de Tupac Inca Yupanqui, al que se enfrentaron tenazmente, sin poder evitar que Huayna Capac instalara en sus respectivas tierras importantes centros administrativos desde los cuales controlaron los confines del Tahuantinsuyu.

En el caso de los chachapoyas, con más dificultades, dada la accidentada geografía de la región de ceja de selva del noreste de la actual república del Perú (Schjellerup 1991) desde la frontera con el Ecuador hasta el valle de Chontayam, en la zona boscosa de Huánuco (Kauffmann Doig 1991: 337).

La colaboración de los mitimaes cañaris y chachapoyas trasladados por Huayua Capac al Cuzco, con los nuevos señores de la antigua capital del Tahuantinsuyu es suficientemente conocida y fue destacada por los cronistas, pero también los documentos administrativos más tardíos dan cuenta de la perseverancia de esa lealtad jurada de la que nos habla tan escuetamente el viejo Diego de Trujillo. En las Relaciones Geográficas se da especial relieve a este hecho. La Descripción de la ciudad de la Plata, Cuzco, Guamanga y otros pueblos del Perú, lo ratifica:

en el Cuzco hay dos parcialidades de indios que llaman cañares y chachapoyas, que son traídos allí de los llanos de la provincia de Quito, los cuales se dieron a los españoles en tiempo de la conquista y por ello son reservados de tributo; solamente governa (sic), la justicia Real. Duermen siempre de ordinario en casa del corregidor; son indios en su guarda y rondan con él de noche por la ciudad; son obligados a dar todos los mensageros que fueren menester para todo el reino, que salgan del Cuzco, y donde quiera que llegan les dan de comer, sin que por ello les lleven nada; traen sus insignias para ser conocidos. El jueves santo, que se vela la ciudad como las demás del Perú por razón de estar encerrado el Santísimo Sacramento y entierro de infieles, andan 300 dellos con sus lanzas acompañando la procesión y la justicia. Son grandes enemigos de la nación de los ingas. Cuando el Cuzco hace guerra, salen estos en servicio del Rey (Jiménez de la Espada 1965, II: 51).

En esta descripción que Jiménez de la Espada atribuye a Juan de Salinas y fecha hacia 1571, vemos que la fidelidad de los cañaris y chachapoyas a la corona fue proverbial y se basó precisamente en el viejo resentimiento guardado a Atau Huallpa, y quizás al propio Huascar, puesto que a las supuestas intrigas del cacique de los primeros se achacó en buena medida el comienzo de las guerras entre los dos hermanos. Esta ayuda, concretamente de los cañaris, nos dice Zárate que fue de especial importancia para Sebastián de Benalcázar en su marcha sobre Quito desde la ciudad de S. Miguel.

se le vinieron a quejar los indios cañares, que Ruminagui y los otros indios de Quito les daban muy continua guerra... se fue la vía de Quito, así por defender a los cañares, que se le habían dado por amigos, como porque tenían noticia que en Quito había gran cantidad de oro, que Atabalipa había dejado (Agustín de Zárate 1995: 89).

En la Relación y descripción de la tierra y provincia y beneficio de la doctrina de Cañaribamba encontramos datos que amplían esta noticia dada por Zárate:

dicen los indios antiguos deste pueblo, quel primer español que entró en su tierra se llamaba Benalcázar; el cual Benalcázar salieron tres prencipales a recibille por mandado de un cacique llamado Oyañe... y por su mandato salieron los tres prencipales al recibir al dicho Benalcázar; los cuales se llamaban Ñimeque y Llenipuza y Pallacache... y questa dicha provincia siempre fueron servidores de su Real Magestad y ubidientes a sus mandatos y que jamás se han rebelado (Jiménez de la Espada 1965, II: 281).

En la Relación de la antigua Tomebamba se afirma que la presencia de Benalcázar y Almagro en tierra de los cañaris fue motivada efectivamente por el llamamiento que a ambos hicieran los principales y caciques,
ofreciéndose a guiarlos y ayudarles en la guerra; y así les trajeron a este asiento y al de Quito.

En cuanto a la actitud que adoptaron los descendientes de los belicosos enemigos que Huayna Capac tuvo en los pueblos al Norte de Quito, las informaciones de servicios hechas a sus caciques, demuestran que fue igualmente de absoluta lealtad a la Corona Española (A.G.I. Quito. 22). Y otro tanto cabe decir de los chachapoyas, no solo de los que estaban presentes en el Cuzco a la llegada de Pizarro, sino de toda la población de la tierra encomendada a Alonso de Alvarado. De nuevo es Cieza de León en los capítulos 89 y 93 de la tercera parte de su Crónica, el que mejor nos informa sobre esos hechos. El cronista dice que cuando Alvarado llegó en compañía de sus hombres, trece en total, a Cochabamba.

fueron bien recibidos de los naturales, porque de toda la comarca los vinieron por los ver mostrándose como amigos, y ofreciéndole valiosas piezas de oro y plata, por lo que Alvarado decidió dejar a algunos de ellos en aquel lugar y regresar a Trujillo por refuerzos porque vio que merecía la pena ocupar el territorio. A su regreso, con más gente supo cómo los moradores de las provincias lejanas y apartadas de allí se habían indinado con los que eran de las tierras por donde él había andado, porque les havían dado favor (Cieza de León 1984: 293).

Como consecuencia de la enemistad de los chachapoyas con sus vecinos, la alianza con los españoles fue aún más firme. Cieza menciona un ejército de tres mil guerreros indígenas confederados con Alvarado para someter a los grupos indígenas de la región oriental de Chillao (en el centro del Alto Marañón), que se habían mostrado hostiles a los españoles y destaca la gestión decisiva de un principal de los aliados, llamado Guamán, que logró avenir las voluntades de los belicosos defensores de Chillao que

comenzaron dende adelante a venir sin armas a servir a los nuestros (Cieza de León 1984: 314).

La política de establecer alianzas con los indígenas fue una estrategia que Alonso de Alvarado cultivó con una prudencia que Cieza de León, tan crítico con la conducta de tantos conquistadores, reconoce sin reservas:

entre los capitanes que loan averlo hecho razonablemente con los yndios, lo ponen a él en la delantera (Cieza de León 1984: 314).

De la firmeza de esas alianzas y de la lealtad de los indígenas que las suscribieron, da fe una relación escrita por un indio ladino, natural de Cochabamba, en Chachapoyas, hijo de un cacique principal, que amplía la información de Cieza sobre el Guamán «embajador» de Alonso de Alvarado. Su testimonio tiene la fiabilidad de que no justifica en los méritos de ese personaje sino en los suyos propios que presenta con detalle y minuciosidad, como veremos, la petición de mercedes que solicita de la Corona como recompensa por su larga colaboración en las campañas de la conquista del Perú.

Este indio ladino que firma una Memoria de las cosas primeras que acontecieron con los Chachapoyas (Jiménez de la Espada 1965: 165-166) con el nombre de Juan de Alvarado, chachapoyano natural de Chuchabamba (sic), fue uno de los protegidos del Conquistador de la región, y aporta datos fehacientes de la alianza indígena que encontró Pizarro desde los primeros días de su estancia en Cajamarca, a donde había llegado, poco antes o al mismo tiempo que la hueste española, y conducido como prisionero por orden de Atau Huallpa, el cacique Guamán. El y su gente fueron asignados por «el gobernador», para el servicio de los soldados españoles, sin duda confiado en que su condición de enemigo y perseguido por Atau Huallpa garantizaba la lealtad a su propia causa. En su condición de auxiliar de Pizarro, Guamán y los suyos formaron parte del séquito que acompañaba a la expedición en su marcha hacia Cuzco; pero al llegar a Atunguailas, pidió licencia para regresar a su tierra, licencia que le fue concedida. El resto de su relato coincide con lo que dice Cieza del recibimiento amistoso y la ayuda prestada por los caciques de Chachapoyas a Alonso de Alvarado.
Una ayuda y una alianza que se mantuvo más allá de los momentos iniciales del asentamiento español en la zona. Cuando a causa del levantamiento de Manco Inca, que culminó en el sitio de Cuzco y de Lima, Pizarro pidió que todos los capitanes empeñados en empresas de conquista acudieran en socorro de los sitiados, Alonso de Alvarado abandonó su asiento en Chachapoyas, cuya población no atendió a la petición de ayuda que, por su parte, hizo Manco a todos los antiguos súbditos del Tahuantinsuyu.
Según el autor de las Memorias que citábamos, los de Chachapoyas fueron los únicos «que no se osaron alzar contra los barbudos». El fiel cacique Guamán mantuvo su promesa de alianza. No solo no se unió a la rebelión sino que secundado por otros señores y con la fuerza moral que le dio la presencia de un único español enviado por el Teniente de Gobernador de Pizarro en la ciudad de Trujillo, se enfrentó con el emisario de Manco Inca, un principal llamado Cayotopa, y a la gente que le acompañaba en su misión de captación de aliados para la guerra contra «los barbudos». Consiguió capturarlo y conducirlo a Cochabamba, donde dio muerte a todos los prisioneros


para escarmiento de toda la tierra, el cual Guamán tenía la tierra doblada y fuerte y mucha cantidad de gente para la guerra, más que ningún caciques y indios. Por esta causa comenzó la guerra contra los Ingas y con favor de los cristianos; y después de todo el servicio que hizo, envió a la ciudad de Lima a dar cuenta al marqués D. Francisco Pizarro, y mandó que sea él el señor de todos los términos de los chachapoyas y las haciendas de los dichos Ingas ansí de los ganados y chacaras y ropas y servicios y yanaconas y hamaqueros que tenían los caciques hizo merced a este cacique Guamán (Jiménez de la Espada 1965, II: 167).

A su regreso, tras su decisiva intervención en el sitio del Cuzco, Alonso de Alvarado siguió contando con la colaboración indígena para sus campañas de conquista en la tierra adentro hasta Moyobamba. Y cuando años más tarde, en plena contienda de las guerras civiles, alzó banderas por la causa real ofreciendo su apoyo al recién nombrado Gobernador Vaca de Castro, fueron sus fieles chachapoyas quienes integraron las tropas auxiliares (Cieza de León 1994: 131) en el ejército que organizó contra Diego de Almagro el mozo que pretendió ignorar la voluntad y la autoridad del Rey. En esta ocasión no fueron solamente los chachapoyas quienes se adhirieron a la defensa de la legitimidad; también los Guancas de Xauxa decidieron la postura de los tenientes españoles que se unieron a los de Alvarado. (Cieza de León 1994: 183).
Todo cuanto dice Cieza sobre la lealtad de Alvarado y su decisiva contribución al reconocimiento de Vaca de Castro después de la batalla de Chupas, viene corroborado en la Memoria del ladino Juan de Alvarado, que puede ser fechada, a tenor de los hechos de que da fe, alrededor de los últimos meses de 1553, o primeros de 1554:

Después de la batalla de Chupas fuí a España con el mariscal Alonso de Alvarado, de donde volví dando noticia al dicho Presidente Gasca de toda la tierra; y de Panamá hizo armadas por su Magestad hasta que el dicho Gonzalo Pizarro fuera preso y muerto. Y en todas ellas ayudé y serví todo lo que pude con los naturales della, y rogándoles muchas veces, como yo era lengua, que viniesen a servir porque así convenía al servicio de su Magestad, y agora esta postrera vez, cuando se alzó Francisco Hernández, fui desde la ciudad de Lima a servir a su magestad, como siempre lo he hecho, y estuve en su campo sirviendo de lengua a estos señores Oydores y capitanes, y todo el tiempo que anduve en él, hasta Pucará hablando a los indios que andaban huídos con destruimiento de la tierra y a los caciques y señores dellos que los traían (Jiménez de la Espada 1965, II: 167).

El protegido de Alvarado obtuvo como compensación a sus servicios un puesto de intérprete en la Audiencia de Lima, pero como hijo de uno de los caciques que ayudaron en la conquista del Perú, solicitó un repartimiento de indios en aquella provincia cuyo cacicazgo había sido asignado a un natural no perteneciente a esa parcialidad, cuya población había quedado reducida a las dos terceras partes de su número originario. No especifica si a causa de la muerte de los indígenas, o de no haber regresado después de las campañas en el centro del Perú. En todo caso, y para evitar la injusticia del nombramiento de un cacique foráneo, pide que si a él no se le concediera el repartimiento, los indios fueran puestos en cabeza del Rey.
Pero a pesar de todo, de esa ayuda eficaz de algunos grupos y de esos pueblos dominados por Atau Huallpa, que obedeció a razones no surgidas únicamente de una interpretación sobrenatural y milagrosa de la presencia de gentes extrañas (que sin duda provocó una momentánea conmoción general en todos los habitantes del Tahuantinsuyu), la empresa de la conquista no resultó fácil y desprovista de peligros para los españoles.
Esa momentánea conmoción que había sacudido a todos los indígenas, constituye por otro lado, como dice Nathan Wachtel, un fenómeno muy general observado no solo en toda América sino en África o en Oceanía.
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