domingo, 22 de septiembre de 2013

A mis amigos.....

Mis amigos,.......esos condenados


Recordando a mis amigos. Me atrevo a preguntar, por aquellos que se fueron hace tiempo brindando por futuros de gloria. Por razones de distancia no los veo, pero de alguna forma están presentes. Pasó raudo el tiempo, pero se detiene o regresa de ilusoria manera. Los tengo muy de cerca, cuando repaso de memoria, algunos episodios que marcaron, que como relámpagos triviales, encendieron el alma a colores.

Como no recordar, las travesuras, las ocurrencias, las pishuradas compartidas. Desde la esquina del barrio, convertida en cazuela de recreo, en tribuna de gritos, de lisura y en trinchera de salvas de piropos. Ay!, en aquella esquina, no se escapaba ni mi prima, pasaba a tropezones, con los cachetes encendidos. Después de un tiempo, mi prima, reclamó por el autor de esos atrevimientos y sin aspavientos, le eché la culpa a mis amigos. Qué condenada, la peshuca de mi prima, señalar que se le fue la memoria. Cuando al pasar por su casa, miraba por el ojo del cerrojo ….qué lisura de mi prima, se le trancó su cerradura.

Y qué decir del viejo cura, mi vecino; cuando mis amigos a burla aventaban la pelota, con entusiasmada manera, levantaba la sotana, y de un buen puntapié lazaba el esférico a huerta ajena; y sin tiempo para el enojo, quedamos con la boca abierta, y con pena. Y el pobre cura, simulando una cojera, por su desbastada media suela, se perdió tras el umbral, dando un golpe a su tranquera.

Si enamoramientos se trataba, íbamos en yunta a la partida. Recuerdo que acompañé a uno de mis amigos, a enamorar a una solitaria vecina, que coexistía bajo la custodia de una treja doméstica. Esta curtida mujer era un estorbo para mi amigo, no ofrecía descuido, para un osado galanteo. Y acá venía mi parte, en esa tramada embestida; de un golpe apague la luz, para dar rienda a la merienda. Y la terca mujer, al restaurar la electricidad, tropezó con su pupila, banqueteándose con mi amigo; y como una cruel bandolera, a trancazos nos corrió. A pesar de tal brutalidad, persistimos con la apuesta y todas las intentonas terminamos de la misma manera. Pero más vence el ingenió, perfumado con Agua Florida, nos presentamos al ruedo. Igual como la vez primera, apague la luz, pero esta vez, de una “mucha” (beso u ósculo, para los que no entienden el lenguaje de los peshucos), me despaché a la gorila, y así terminó la fiesta, sacrificándome, por el bien de mi amigo.

Ahora mis amigos, se que están muy formales. Pero que les digo: que yo sigo siendo el mismo. Que no jodan mis amigos. Pues si se animan iremos de nuevo a la fiesta. Después nos tendremos que confesar. No seáis aguafiestas.

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