domingo, 4 de octubre de 2009

La duende

La duende o El duende
Cuando era niño, muchas veces solía escuchar historias de duendes, o mejor dicho de la duende. A estas, se les describía como pequeñas mujercitas de delgadas proporciones, con una cabellera que le llegaba hasta el pie, tenía una sola extremidad; de rostro desencajado, ojos muy negros, algo rasgados y nariz diminuta.

No se sabe, el origen de estos cuestos, como nacieron, pero si son historias de antaño, de la época de la lumbre a pedernal. Se decía, que la duende sólo puede ser vista por los niños y por un adulto de corazón puro. La duende sería el alma de algún niño que murió sin ser bautizado. Pero aquella historia hablaba de la duende (en femenino) y no del duende (masculino), como cuentan en Cajamarca y Arequipa; donde se dice que “el duende” era un ser diminuto, el alma de un niño hermoso, que anda buscando compañía.

Las duendes, son seres traviesos, que acostumbraban hacer bromas de toda clase a los humanos, aparecían en las huertas de las casas, en casas antiguas y ruinosas; en los bosques, al fondo de una quebrada; dentro de los matorrales o en la copa de un árbol. Ellas solían hacer muchas travesuras, tocaban el cuerpo de las personas y cambian de lugar las cosas. En el campo, a los caballos les trenzaba las colas unos con otros, hasta aparecían colgados de los árboles. También se decía que las duendes solían robar las joyas y saben donde se encuentra enterrado un tesoro.

Mi padre, don José Ruiz Tenorio, que nació en el año de 1894; siendo joven frecuentaba viajar por camino de herradura de Chachapoyas a Rioja y Moyobamba, no había carretera. Con estos caminos se intercambiaban víveres y otros enseres, como legumbres de la alta montaña, sal en piedra de Yurimarca; gabardinas, casimires que provenían de las europas, vía fluvial a través del Brasil.

Bueno, mi padre refería, que no creía en esas historias de las duendes, nunca las vió. Pero en uno de sus viajes de regreso de Moyobamba, en compañía de unos arrieros; en una noche, mientras descansaban en una estancia, que solía haber por los caminos: El viaje duraba unos cinco días; los caballos relinchaban y corcoveaban, los durmientes solían quedar sin frazadas y hasta les jalaban de los pies. Víctor, uno de los arrieros, era el que más se inquietaba de estas travesuras; por el contrario, mi padre se molestaba, juzgando que era una broma, de alguno de ellos, pues no era de pulgas aguantar. El viaje se presentaba largo y era necesario descansar. Víctor, dijo que se trataba de la duende, que si no la atrapaba, no les dejará en paz. Su captura sería una gran hazaña, de las nunca vistas y un gran negocio llevarla a otro continente.

Mientras los demás descansaban, Víctor preparó una especie de trampa, hecha con soga de cerdas de cerdo y unas hojas de tabaco, en eso consistía el ardid para atrapar a ese maligno. Al amanecer, Víctor, todo empeñoso, tenía las acémilas listas para partir; pero se había desbaratado de equipaje que llevaba, por un fardo que tenía atado a su mula. Según contó, había atrapado a la duende, la tenía bien sujeta, para asegurar la travesía. Estaba gozoso de su astucia, soñando su futura popularidad y de hacerse rico.

El camino de regreso a Chachapoyas, era lo más pesado. Los arrieros continuaron su marcha, con la duda que les golpeaba, de ser verdad o no, el siniestro equipaje del amigo. Víctor se retasaba en el camino, eso molestaba a los demás, el retardo, era de mala racha, las acémilas se maltrataban, podrían hasta perder la mercancía que llevaban. En cambio Víctor, a costa de los demás, se empeñaba en su astucia.

Cada vez el camino se hacia difícil para Víctor y su burlada mula, que ya le doblaban las patas, se desistía a continuar, a pesar de los azotes y el capricho de su amo. Para evitar el reproche de sus compañeros, determinó deshacerse de la duende. Contó que la desató para lanzarla por un barranco y se estrellase contra los peñascos, para que nunca más se burle de algún otro peregrino. Para su asombro, el gentil, se lanzó por el despeñadero, dando brincos de roca en rosa, en un solo pie. Soltando carcajadas, que hacían eco en las montañas. Víctor, quedٕó bufado de su trunca aventura. La duende, quedó libre, para otra travesura. O quizás, para que la leyenda continuara.

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