lunes, 30 de agosto de 2010

Hasta cuando Gocta

Maltrato al turista y al ecosistema.



La Región Amazonas, se esta convirtiendo desde hace algunos años en un gran atractivo turístico. Por sus majestuosos recursos culturales, arqueológicos y su biodiversidad, etc. En cambio el visitante cuenta con una precaria información. Las autoridades encargadas, cada uno en su rubro, poco o casi nada hacen para mejorar las condiciones para un turismo receptivo. El turista nacional o extranjero, tiene como punto de partida, la ciudad capital, Chachapoyas. Los servicios hoteleros, son pobres, por no decir algunos pésimos, no cuentan con la infratextura adecuada, no facilitan al visitante de la información necesaria, como las conexiones para el traslado. Las empresas que realizan el transporte, algunas de ellas instaladas en las inmediaciones de la Plaza Mayor, son informales; lucran con el servicio, a vista y paciencia de las autoridades, evaden impuestos, al no emitir comprobantes de pago. Situación que también se observa en los diferentes restaurantes y locales comerciales.



Acá, algunas apreciaciones de mi visita a la maravillosa catarata de Gocta: Ocho de la mañana se parte de Chachapoyas, en una “cómoda” camioneta, porsupuesto sin botiquín para primeros auxilios y con unos improvisados plásticos, para resguardarse en caso de una inesperada lluvia. En el distrito de San Pablo, el municipio ha instalado una pequeña oficina, atendido por una sola persona encargada del cobro por la visita; mas no presta ninguna información y/o recomendaciones para el itinerario. El guía o acompañante de grupo, es coordinado por la empresa de transporte. Este es un poblador de la zona, que sólo sirve de acompañante y para prestar ayuda en casos fortuitos; pero con el respeto que se merecen, por la labor entusiasta que éstos realizan. El guía debe ser una persona que no solamente conozca el lugar, sino que también tenga la capacidad para mostrarlo, en toda su dimensión: Ecosistema.



La comunidad de San Pablo ha realizado un loable y sacrificado trabajo, al construir un camino de herradura (empedrado). Ahora, sin quitar el mérito a los respetables pobladores, por esta magnífica labor. Pregunto ahora, cuál fue la participación del Gobierno Regional y de las autoridades competentes: Qué se ha previsto para construir este camino, se hizo algún estudio de su utilidad, cuánto costó, para qué tipo de visitante se le construyó, se pensó en los niños y personas de la tercera edad. Pues no se hace proyecciones a futuro, claro, es fácil improvisar, en eso somos competentes. Existe, como ejemplo otros países, en su infraestructura de atención al turista: Argentina y Brasil, cuentan con una magnífica infraestructura de acceso para visitar el Parque de Iguazú; lugar donde se hallan las cataratas del mismo nombre; en la que es prioritario la seguridad del visitante y del complejo, con señalizaciones en todo su recorrido, puestos de auxilio, medios adecuados para el trasporte de niños y de personas de la tercera edad y recolectores de desperdicios orgánicos e inorgánicos.



En todo el camino de acceso a la catarata de Gocta, no existen señalizaciones, que alerten por ejemplo zonas de peligro (acantilados): pisar con seguridad, tener precaución con algunas rocas que aunque sean de gran tamaño pueden estar sueltas y ocasionar accidentes; no pararse cerca de un voladero buscando una buena ubicación para una fotografía. Al final del camino, hay un pequeño tramo, en la que el visitante se desplaza con el riesgo de precipitarse al vacío, las personas mesuradas no se atreverían a franquearlo. Porqué no se construyó un puente escalonado que conduzca hasta la misma base de la cascada; en ves de improvisar con unas escaleras que conducen a un terreno fangoso (por la misma humedad), que más pueden llevar a un mal destino; y en caso de accidente, por más leve que resulte, la atención no sería del todo inmediata, por las características del suelo las consecuencias podrían ser graves. Los pobladores de la zona manifiestan que el proyecto quedó inconcluso, por falta de presupuesto. Será verdad eso?,. Después, no nos resulten con devolución de dinero sobrante; eso es consecuencia de la incapacidad de planificar proyectos y de ejecutarlos.

 

Hay que tener en cuenta que, Gocta, no solamente es la caída de agua; se trata de un verdadero patrimonio ecológico: Cuenta con muchas hectáreas de áreas verdes y bosques primarios, donde se observan especies arbóreas, diversidad de helechos, la planta más antigua del planeta; especies endémicas, como el caso de árboles frutales nativos del género vaccinium (ericácea) y una muy especial del género styloceras (buxaceae), de fruto muy agradable, conocido como naranjillo (styloceras laurifoliun) y en la zona con el nombre de “Tafuco”; esta forma parte de la dieta de nuestra ave emblemática, “el gallito de las rocas” y del mono cola amarilla (oreonax flavicauda), este último declarado en situación crítica. A fin de preservar estas especies, sería recomendable, el cultivo de estos frutos nativos.



El visitante, debe contribuir con el cuidando de la tierra, las plantas y la fauna; desplazándose en grupos y en silencio, no arrojando basura ni maltratando al ecosistema. En el camino a Gocta se observa, que visitantes inescrupulosos, en especial los nacionales, arrojan los envases plásticos (debiendo retornarlos a la ciudad), esto sucede porque se carece de una mínima información, y de algo más importante que se llama “educación”.



El plástico, es un producto muy nocivo para el medio ambiente, el tiempo de su degradación esta estimado en más de 200 años. El problema de los plásticos radica, en que la mayoría de estos son provenientes de materiales sintéticos, obtenidos mediante polimerización o multiplicación artificial de los átomos de carbono en las largas cadenas moleculares de compuestos orgánicos derivados del petróleo y otras sustancias naturales. Contribuyen al efecto invernadero; éste es uno de los principales factores que provocan el calentamiento global de la Tierra, debido a la acumulación de los llamados gases invernadero: CO2, H2O, O3 , CH4 y CFC´s (clorofluorocarbonados, son cada uno de los derivados de los hidrocarburos saturados obtenidos mediante la sustitución de átomos de hidrógeno por átomos de flúor y/o cloro principalmente). La Tierra sólo recibe una pequeña cantidad de la energía emitida por la luz solar; esta no se utiliza directamente, sino en forma de calor, por lo tanto, es necesario que la atmósfera transforme la energía de la radiación solar en energía mecánica del viento. La fuente de calor para la atmósfera es la superficie del suelo calentada por la luz solar, que luego es emitida como radiación infrarroja hacia el espacio. Muchos de los plásticos desechados no desaparecen fácilmente del entorno. Es así, que mientras perduren en el ambiente, absorberán mayor calor y radiación, junto con los gases tóxicos que emiten, irán hacia la atmósfera, causando un grave daño. De esta manera al absorber calor durante su lenta degradación, afectan a los seres vivos, plantas y microorganismos que ayudan a la descomposición de los desechos orgánicos.



¡CUIDANDO NUESTRA MARAVILLOSA GOCTA, TAMBIEN CONTRIBUIREMOS AL CUIDADO DE NUESTRO PLANETA!

domingo, 22 de agosto de 2010

Don Pedro Ruiz Zumaeta, el tercer Obispo de Chachapoyas

Con sumo placer, paso a presentarles una copia literal, basada en la bibliografía del tercer Obispo de la ciudad de Chachapoyas don Pedro Ruiz Zumaeta, hermano de mi bisabuelo José Ruiz Zumaeta. Pedro Ruiz, fue un caballero andante, abrió trochas, para unir a los pueblos, saciar sus hambres, sus miserias, sus hambres de progreso y de civilización; fue el pionero de abrir caminos, como el que uniera Chachapoyas con el Manseriche.

El artículo que presento fue extraído de una copia digital del  ejemplar: “Colección de Artículos escogidos. Costumbres, bibliografía, variedades y necrología” del colombiano José María Samper, de la librería española de E. Denné Schmitz - Paris, 1869, de 503 páginas; que obró por generaciones en las estanterías de la biblioteca Bodleian; sobreviviendo tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público.

De la pagina 474 a la 495, el autor presenta un artículo publicado como un homenaje, que hiciera la  "Revista Americana- 1863” (Colombia) bajo el titulo “El Doctor Don Pedro Ruiz, último obispo de Chachapoyas”.



EL DOCTOR DON PEDRO RUIZ

Ultimo obispo de Chachapoyas (*)



(*) Hace más de cuatro mese que, deseando tributar homenaje a la memoria de este ilustre sacerdote y mártir, solicitamos con empeño cuantos documentos pudieran hacernos conocer su carácter, su vida, sus hechos y su muerte: bien pronto se nos procuraron, con la mayor benevolencia, las notas bibliográficas que nos han servido de base principal; pero eran incompletas, y aguardamos otras complementarias, que aun no hemos logrado conseguir. De esto depende nuestra tardanza en publicar esta imperfecta bibliografía.


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Los hombres de alta y generosa vocación, nacidos para hacer de su vida un testimonio continuo, de abnegación, virtud heroica y sacrificio, son raros, sumamente raros en los tiempos que corren, se creería que la tradición de los martirios sublimes se ha perdido para la humanidad, en medio de este inmenso torbellino de acontecimientos colosales é invenciones fabulosas que nos trae como aturdidos y admirados del hombre.

Y sin embargo, no debemos ser injustos, imputando a la moderna civilización la incapacidad de producir individualidades tan sublimes con las que en lejanos tiempos pululaban. El mundo no es hoy más egoísta ó memos generoso que antes, ni los hombres han degenerado en sentimiento en virtud por haber enriquecido su caudal de luz y fuerza. No! es que la civilización tomando un giro diferente del que llevara en una época del individualismo y personalidad local, época tan fecunda en héroes y mártires individuales, ha dado a los pueblos otro aspecto; ha cambiado los medios de acción del progreso, y por lo mismo ha modificado las vocaciones y la índole de los actos de abnegación.

Hoy no tiene cabida los sacrificios heroicos de la roca Tarpeya, ú otros semejantes, ni los prodigios de laboriosidad del fraile ó anacoreta, empeñado en salvar para la humanidad las obras maestras del ingenuo antiguo; ni las torturas sangrientas del mártir que moría, bendiciendo a sus verdugos, por el triunfo del cristianismo naciente ó perseguido; ni las proezas de los caballeros andantes; ni las epopeyas fabulosas a la Juana de Arco; ni los sublimes parricidios ofrecidos en holocausto a la patria, como el de Guzmán- el-Bueno en Tarifa.

Hoy la virtud se manifiesta de otro modo: es más amplia, más fecunda, y sobre todo más humana. El sentimiento se ha ensanchado como las ideas, como el ingenio, como la civilización: ha cesado de ser individual para hacerse social. La virtud del hombre se ha engrandecido hasta ser la virtud del pueblo; y envés de individuos mártires hay pueblos mártires……..Testigos la ensangrentada Polonia, La Irlanda enhambrecida hasta hace poco, la grande y gloriosa Italia, la desgraciada Hungría, la pobre Grecia, juguete de ajenas voluntades!., testigo en América el pueblo mejicano, escogido para la gran prueba del sacrificio!........

Ya los caballeros andantes no son sino el progreso andante: pueblos encarnados en hombres, y éstos se llaman en el viejo mundo O’Connell, Ebd-el Kader, Garibaldi, Kossuth, Mierolaeski, como en América se han llamado Washington, Bolívar, San Martín, Morelos, Morazan!.

Ya los mártires no sucumben de rodillas, bendiciendo al verdugo y derramando su sangre estérilmente: hoy se llaman viajeros, ó misioneros, ó navegantes, como el doctor Barth, como el doctor Livingston, como el capitán Franklin, como cien más; y éstos sucumben de pié, sobre la popa del navío, sobre la alta montaña, ó en el basto desierto, ó la selva interminable, armados de instrumentos científicos, legando a la civilización grandes descubrimientos, y empeñados en poner a la humanidad en plena posesión el globo que habita y de los admirables secretos de la naturaleza.

Hoy el obrero de la luz, lejos de ser un paciente anacoreta, copista ó compilador, es un combatiente infatigable, que se llama Fulton, ó Stephenson, ó Morse, ú otro gran creador, y que en ves de pergaminos pacientemente escritos, ofrece la hombre para su bienestar barcos de vapor, locomotoras, telégrafos, reactivos ó máquinas maravillosas.

Hoy en fin en ves de las heroínas a la Juana de Arco, ó de los héroes estilo de Gonzalo de Córdoba, las mujeres y hombres de alma generosa tienen su campo de batalla en las grande ciudades, donde viven luchando cuerpo a cuerpo con la miseria que espanta a las masas populares, con el hambre que las extenúa, con la ignorancia que las degrada y esclaviza. Y esas heroínas y esos héroes entonan himnos de victoria cada vez que fundan una nueva escuela, una biblioteca popular ó un museo de artes y oficios, cada vez que organizan una caja de ahorros, ó una sociedad de socorros mutuos, cada vez que levantan un hospital, un hospicio ó una casa de refugio!........

Tal es la caridad, tal la caballería andante, tal el heroísmo, tal el modo de consagración y martirio de la civilización moderna. El espíritu moderno no comprende el sacrificio inútil y exclusivamente personal: prefiere el sacrificio social, y quiere a todo trance que todo martirio sea el símbolo de un progreso.

Tal fue el género de sacrificio del modesto mártir a quien dedicamos estas líneas, tal el tipo de su carácter y sus hechos: feliz amalgama de fe y piedad religiosa, de misericordia y caridad, de valor tranquilo y perseverante, de humildad y desinterés, de liberalismo y espíritu profundamente progresista!, sacerdote y ciudadano, pastor de almas y obrero de la civilización al mismo tiempo!. Bella figura y envidiable gloria, por cierto!

El Dr. Don Pedro Ruiz, último obispo de Chachapoyas, nació en la pequeña y pobre ciudad de ese nombre el 22 de febrero de 1814: memorable fecha la del primer grito de independencia, dado por el generoso cacique Pumacahua, que parecía destinarle a una vida de patriotismo y de regeneración de masas populares! Y cosa bien notable, el joven Ruiz, hijo del Dr. Don Juan José Ruiz, respetable anciano que vive aún, y de doña Juana Zumaeta, nacido primogénito de toda una familia de sacerdotes, en efecto su tres hermanos que le sobreviven (D. José, D. Manuel Inocente y D. Diego) pertenecen todos al sacerdocio.

Si el joven D. Pedro manifestó desde sus primeros años una índole dulce y benévola que debía inclinarle a la piedad y a la virtud, no fue menos patente su temprana inclinación al estudio, su ferviente deseo de instruirse, cultivando las letras. Fue su primer maestro el presbítero Hermenegildo Alba, bajo cuya dirección hizo bien notables progresos en el conocimiento del latín y las humanidades, hasta que, sintiéndose con decidida vocación para el estudio, entró al seminario de Chachapoyas.

Su aplicación y laboriosidad fueron allí tan notables como su espíritu religioso y la austeridad y modestia de sus costumbres: pronto se distinguió en todas las clases, le hicieron pasante de latinidad y fue ganando en el público las simpatías y el aprecio que más tarde habrían de elevarse hasta la admiración entusiasta y la veneración. Absteniéndose de todo entrenamiento juvenil estudiando sin cesar y con provecho, y distinguiéndose por su religiosidad espontánea afable, logró sobresalir en todos los ramos que era dable estudiar en el seminario de Chachapoyas, y ganar merecimientos para la carrera que más tarde había de seguir.

Llegó por entonces a Chachapoyas el señor Don José Eusebio Casaverde, nombrado gobernador eclesiástico, y habiendo preguntado cual era el joven más aprovechado y notable del seminario, al visitarlo, y sabido que el estimable Ruiz merecía tal distinción, le empleo al momento en su gobernación, llevándole consigo a la visita que hizo a la gobernación de Pataz.

Fue de mucha utilidad el concurso del joven Ruiz, y éste, al volver a Chachapoyas, no teniendo cosa alguna que aprender en el pobre y humilde seminario de su ciudad natal, se entregó por sí solo a un estudio tenaz de cuanto podía perfeccionar sus piadosas inclinaciones y adelantar su instrucción.

 Los libros, que se procuraba con dificultad y aún sacrificios, por ser muy escaso de fortuna, eran su mayor tesoro, su más rica fuente de alegría y sus mejores amigos. Bondadoso y dulce con sus jóvenes compañeros, austero en sus costumbres y respetado por su carácter y piedad, a pesar de su juventud, ilustraba al mismo tiempo su espíritu con las incesantes y variadas lecturas a que le condujeran su ardiente curiosidad de saber y su anhelo de perfeccionamiento. Ello fue que penetró, sin guía determinado, pero sin extraviarse, en el complicado campo de la filosofía, la teología y la literatura, y que los clásicos latinos llegaron a serle casi tan familiares como los libros de devoción.

A la sazón (en el año 1836) llegó a Chachapoyas un nuevo gobernador de la diócesis, el doctor José María Arriaga, y en dos meses pudo conocer de tal modo las bellas cualidades del joven Ruiz que, llevándole a Moyobamba, le nombró vice-rector del seminario que inmediatamente fundó en esta ciudad. Desde entonces existió dentro del prelado y el joven vice-rector una de aquellas amistades tiernas y profundas que suelen ligar a hombres sensibles de diferente edad, y que no son comparables sino a las dulces relaciones de intimidad que liga a un padre e hijo inteligentes.

Promovido el señor Arriaga, en 1839, a la silla episcopal de Chachapoyas, hubo de emprender viaje a Lima, con el fin de recibir su institución: acompañándole en joven Ruiz, remontando el río Huallaga y siguiendo la vía de Huánuco y Junín, y no poca sorpresa causó a las personas que le trataron, en el tránsito y en Lima, el hallar en el joven chachapoyano, que jamás había salido de su país natal, país de selvas inmensas y gran atraso en la civilización, una instrucción muy superior a los recursos con que podía haber costado. Sus cualidades morales, por otra parte, le hicieron ganar muy marcadas simpatías, y el señor Arriaga, una vez consagrado, tomó el mayor empeño en que su joven amigo abrazase cuanto antes la carrera sacerdotal, a la que su carácter y género de estudios le disponían visiblemente.

Pero Ruiz no sólo era modesto y humilde, sino real y profundamente piadoso: comprendía que el misterio sacerdotal, acaso más sublime de todos los misterios sociales, cuando se ejerce con absoluto desinterés, abnegación y pureza, es también el que requiere, según el espíritu del verdadero catolicismo, mayor suma de fortaleza moral, vida más intachable y conciencia más profunda de su misión. No comprendiendo que el sacerdocio podría ser una especulación, un medio de adquirir favores y goces mundanos, un recurso para crearse lo que se llama una posición, parecíale que solo una alma eternamente pura era digna de elevarse a la santidad del sacerdocio, considerado éste como una imitación sincera de los ejemplos de Jesu-cristo. Su humildad le hizo considerarse indigno, y rehusó lo que le proponía. Los actos admirables de toda su vida han probado que el joven Ruiz era injusto para consigo mismo, en fuerza de la alta concepción que tenía de los fines del sacerdocio.

Al cabo las instancias de algunas personas respetables, apoyando las del obispo señor Arriaga, decidieron a Ruiz a seguir su vocación: recibió la imposición de manos, y una vez ordenado presbítero, le nombró secretario de su curia el prelado que le favorecía como amigo y protector. Entonces comenzó para el joven sacerdote una vida de actividad, de labores fecundas y sacrificios modestos, que no debía terminar sino con una muerte que, no por haber sido `pacífica, cavilamos de calificar en martirio.

Desde Huánuco, de regreso a Chachapoyas, el obispo y su secretario se internaron en el inmenso territorio de las Misiones, visitando muchas tribus y delegando una generosa consagración, hasta su llegada a Moyobamba, entonces capital del obispado. Allí no estuvo ociosa la piedad del joven presbítero: si por una parte se ocupó de los trabajos propios de la secretaría del obispado, por otra se dedicó a la mejora del seminario, sirviendo las cátedras de filosofía, retórica y teología moral. Más ejemplar que nunca en sus costumbres y piedad, su caridad y benevolencia, comprendía sin embargo que estas cualidades son a menudo insuficientes, para producir el bien, cuando les falta la luz y guía de una sólida instrucción: acaso reconocía la imposibilidad de que el sacerdocio adquiera en la sociedad una influencia legítima y considerable cuando es ignorante, puesto que la ignorancia puede conducirle fácilmente a la pedantería y aún a incurrir en graves faltas que deslustran la piedad más ortodoxa.

En 1841 interrumpió el presbítero Ruiz sus enseñanzas para emprender, con el Obispo, una nueva, ruta y aún peligrosa visita de la diócesis, en la vasta y desierta región de los ríos Huallaga, Ucayali y Amazonas. Para que se tenga alguna idea de la importancia de tan penosa y larga peregrinación, bastará decir que siguieron una línea marcada por el siguiente itinerario:

A pie, durante algunos días, hasta el río Mayo, por las aguas de éste hasta su confluencia con el Huallaga; remontaron éste hasta su confluencia del Chipurana; subiéronle también hasta encontrar al río Negro, que remontaron en parte; volvieron a subir a pie hasta dar con Santa-Catalina, pueblo situado a orillas del río del mismo nombre, y por éste decidieron a estar en el Ucayali, deteniéndose en Yarrayacu. Algunos días después siguieron todo el curso del Ucayali hasta su confluencia con el Amazonas, y las aguas de este padre de los ríos hasta Loreto, casi tocando con la frontera con el Brasil; remontaron luego el mismo Amazonas hasta encontrar el Huallaga, que subieron también, así como el Aypena, tocando en Chanicuros y Jeveros.

Queremos pasar por alto los pormenores é incidentes de tal prolongado viaje, cuya sola indicación asusta a quien no ha sufrido y soportado con resignación las mil pruebas de dolor, mortificación, riesgos y peligros que puede acarrear una peregrinación piadosa y desinteresada, a través de inmensas soledades donde el indio, salvaje o semi-salvaje, vegeta bajo el poder y la grandiosidad de una naturaleza abrumadora: bástenos decir que el presbítero Ruiz , habiendo enfermado desde el primer día de la peregrinación, no cejó ante ningún sufrimiento, y cumplió su parte de evangélica misión con una entereza superior a sus martirios físicos. Digamos de paso que el obispo Arriaga fundó en Jeveros un colegio, en diciembre de 1841, y premió con el rectorado del establecimiento la abnegación del joven sacerdote que tan eficazmente le ayudaba.

Pero en breve los dos modestos y abnegados sacerdotes hubieron de continuar la visita de su inmensa, pobre y casi desierta diócesis: en mayo de l842 emprendieron la peregrinación del alto Amazonas, siguiendo primero las aguas del Aypena, y después de surcar el gran río, tocando sucesivamente en San-Antonio, La Barranca, Payuero, Onoaga y Santa-Teresa, se internaron al sur por el Pastaza arriba hasta Andoas, de donde regresaron a Jeveros. Otras atenciones de su ministerio detuvieron allí y en Moyobamba al Obispo y su secretario, hasta que, volviendo a Chachapoyas, tuvo el virtuoso Ruiz la profunda satisfacción de saludar la ciudad natal después de siete años de ausencia, la mayor parte empleados en arduas y penosísimas peregrinaciones, consagradas al progreso del cristianismo, la beneficencia y la civilización peruana.

Llegó al acabo una época de algún reposo, después de visitar igualmente las provincias de Pataz y Chachapoyas, una vez que, traslada a la ciudad de este nombre la residencia oficial del Obispado, pudo éste fijarse allí definitivamente. Reorganizado luego el seminario, el presbítero Ruiz volvió a ocuparse asiduamente en el profesorado, teniendo además sobre sí todo el peso de la autoridad episcopal, gracias a la ilimitada confianza del señor Arriaga. Además, desde 1845, por muerte de un venerable y patriota sacerdote (el doctor Juan Aguilar) que regentaba el seminario, el presbítero Ruiz le sucedió en el rectorado, puesto en que halló nuevas ocasiones de manifestar sus aptitudes y nobles cualidades.

Pero en 1849 llegaron días de prueba para el corazón del digno sacerdote: enfermó gravemente el Obispo, y con tal motivo nombró a su secretario gobernador de la diócesis; pidió con encarecimiento la confirmación del nombramiento, y, previendo su próximo fallecimiento, solicitó con empeño que el presbítero Ruiz fuese nombrado para sucederle. Grande fue la amargura que la muerte del digno prelado, amigo y compañero (acaecida al fin de aquel año) causara al sensible y agradecido Ruiz, pero él supo llevar su dolor con entereza, y al mismo tiempo, a pesar de su pobreza, atendió al servicio del rectorado y la gobernación eclesiástica, sin desmayar nunca en su actividad.

En aquella situación, ejerciendo una doble autoridad, comenzó el señor Ruiz a manifestar bajo un aspecto nuevo y peculiar la elevación su solidez de su espíritu: viendo que Moyobamba hacía notable progresos, debidos principalmente a la fabricación de sombreros de paja, quiso propagar esta industria, y tomó tal empeño en ello, que no solo distribuyó en las escuelas y aún en casas particulares maestros que enseñasen aquella labor, sino que instruyó esta enseñanza en el colegio mismo. No faltaron gentes que le censuraron tal proceder! Aquellas que creen que el sacerdote nada tienen que hacer con el progreso social y bienestar de las clases pobres, sino que su misión es solamente administrar los sacramentos de la iglesia.

Y todavía más: no contento con las enseñanzas muy limitadas que era dable sostener en el seminario, hizo los mayores esfuerzos por aplicarlas, hasta crear con suma satisfacción clases de matemáticas y derecho civil, sucesivamente regentadas por el Dr. Miguel Garaycochea y un ilustrado hijo de Chachapoyas, el Dr. Manuel Cacho.

Entretanto, y no obstante la extrema pobreza del presbítero Ruiz y la superioridad de muchos empeños puestos en acción por algunos pretendientes, el digno sacerdote fue escogido y propuesto en terna por el clérigo de la diócesis para ser titular del obispado, alta posición que jamás solicitó: el Consejo de Estado le propuso también el tema al Poder Ejecutivo, escogióle éste para presentarle a la Sede pontificia, y esta le impartió el nombramiento de Obispo de Chachapoyas.

No nos detendremos a narrar las demostraciones de alegría de los Chachapoyanos al saberlo; los incidentes del penoso viaje que hiciera el Señor Ruiz con el fin de recibir su consagración en Trujillo, ni el entusiasmo que provocó en esta ciudad la llegada del digno prelado, objeto de la más tierna simpatía y de particular estimación. El señor Ruiz era pobre como Job, y lo cierto es que para su consagración no tuvo ni vestiduras siquiera, sino merced a generosas donaciones que el respeto por la modestia de sus autores nos impide mencionar particularmente.

Apenas consagrado en Trujillo, el 17 de diciembre de 1854, el señor Ruiz pasó a Lima con el objeto de recabar del gobierno protección eficaz para su pobre diócesis y sus misiones, miradas por lo común con muy poca atención. Nada consiguió del general Castilla, entonces jefe del gobierno (1855), y con tal motivo tuvo de detenerse en lima por algún tiempo, recibiendo la hospitalidad en Santo-Domingo. Fue objeto en Lima de las más afectuosas consideraciones, y tanto, que la universidad de San Marcos le recibió en su seno, como doctor en Teología, dispensándole toda formalidad. Hizo luego una excursión por Pisco e Ica, llenando funciones episcopales por comisión del Arzobispo de Lima, y al volver a esta capital se dispuso a volver a Chachapoyas; mas no lo hizo sin dar de paso, en Cajamarca, pruebas de su generosa caridad, deteniéndose allí durante algún tiempo, con motivo de una terrible epidemia que reinaba hacia fines de 1856.

En enero del 57 llegó a Chachapoyas, y su primer cuidado fue emprender la visita de muchos pueblos de su diócesis, deteniéndose particularmente en Moyobamba, donde, por haber penetrado la epidemia, desplegó todo su celo en beneficio de los desgraciados; haciendo nuevos esfuerzos, por medio de su apoderado (el doctor Mariano M. Albornoz) a fin de obtener del Gobierno y de la Convención auxilios eficaces para las misiones.

Establecido en 1854, en su residencia en Chachapoyas, el Señor Ruiz dio nueva dirección a su espíritu realmente piadoso y solidamente progresista. La situación de aquellas provincias era lamentable: miseria extrema, indolencia popular, inanición de todas las fuerzas sociales en el seno de un territorio prodigiosamente rico, que sólo aguardaba la acción vivificante de la industria humana: unas tribus numerosas de indios extremadamente bárbaras; otras, apenas reducidas a una vida civil relativa, pero ignorantes, supersticiosas, ineptas en todo sentido: ausencia de industrias, de escuelas, de medios de comunicación; y por todas partes riquezas naturales combinando a una explotación indefinida.

Tan deplorable estado podía convertirse pronto e una gran prosperidad, Con sólo abrir un buen camino que diese entrada y salida al comercio y pusiese en contacto las misiones, dando lugar a un movimiento palpable de civilización: Separada Chachapoyas del Pacífico por los Andes y una inmensa distancia, era forzoso buscar la vía más corta hacia el Amazonas. Hasta entonces era preciso hacer un largo viaje, por la vía de Moyobamba, Blasa-puerto y el río Huallaga hasta salir al Amazonas: el obispo Ruiz concibió el proyecto de hacer abrir a través de las selvas un camino directo, de sólo 40 leguas (viaje de 3 ó 4 días) de Chachapoyas al Pongo de Manseriche.

Pero para cometer tal empresa era preciso contar con uno de los dos elementos: o la acción directa del gobierno, ó la libre y vigorosa iniciativa de los ciudadanos; el obispo Ruiz escogió el segundo medio, el más democrático, muchas veces el más eficaz y fecundo, pero que requiere suma abnegación y perseverancia de parte de los promotores o empresarios. El digno prelado no se desanimó ante ningún obstáculo: persistió, habló sin cesar, empleo todo su influjo, logró comunicar su entusiasmo a algunos buenos ciudadanos, y pudo al cabo fundar e instalar, el 2 de diciembre de 1858, la Sociedad de Patriotas del Amazonas, que debía ser el instrumento popular de la grande obra de redención y civilización. Aquel día fue, sin duda, el más feliz de esa notable existencia consagrada exclusivamente al bien!

Que se nos perdone si omitimos mencionar los nombres de los patriotas que se asociaron al obispo Ruiz (nombrado Presidente de la Sociedad) y los incidentes de aquella hermosa fiesta del patriotismo y el progreso: tendríamos que extender demasiado esta memoria, que se va prolongando más de lo que quisiéramos. La Sociedad declaró que el  primero de sus objetos era la apertura del camino proyectado, sin perjuicio de apoyar y estimular cuantas cosas pudieran favorecer el progreso de la provincia: así fue que el señor Ruiz, que era puntualísimo en la asistencia a las frecuentes sesiones de la Sociedad, propuso en ella muchos actos de mejora, entre otros la aclimatación de la cochinilla, que se puso en práctica, llevándola de Cajamarca.

La Sociedad, que no contaba con otros recursos que los de sus miembros, y particularmente los muy escasos del Obispo, logró hacer a principios de 1860 los preparativos de su expedición para la apertura del camino: se dio cuenta al gobierno, y emanaros de éste algunas órdenes para auxiliar la empresa, pero se quedaron escritas. En el mes de mayo se decidió emprender la obra, y el generoso prelado, verdadero gastador de la civilización, se decidió a conducir personalmente la expedición, emprendida a su costa. Grande fue el entusiasmo popular el día de su partida: los funcionarios públicos acompañaron al obispo hasta una corta distancia de la ciudad; varios vecinos hicieron la primera jordana; otros resistieron la segunda; después el santo prelado, a la cabeza de sus peones y unos pocos compañeros entusiastas, comenzó sus trabajos en Yambrasbamba, último pueblo situado al comenzar el inmenso océano de selvas.

La expedición se dividió en dos porciones: una se internó hacer la pica en el sitio de Bongará, y la otra. Dirigida por el Obispo en persona, se puso a practicar un camino de herradura entre Yambrasbamba y aquel punto. La justicia exige que mencionemos particularmente (teniendo la pena omitir muchos otros nombres) dos auxiliares poderosos, incansables y desinteresados, que tuvo el señor Ruiz, el presbítero Idelfonso Valdivia, cura de un pueblo de la diócesis, que dirigió en persona, con admirable constancia, los trabajos de una sección; y el señor Julián Torres, vice-presidente de la Sociedad, a cuya actividad y celo intangible debió la empresa los más importantes y oportunos socorros, procurado por medios de sus suscripciones voluntarias.

Es indecible lo que sufrieron de privaciones y penalidades de todo género aquellos obreros del progreso que tenían por sublimes caporales dos sacerdotes. Al cabo de un mes trabajo escasearon los víveres, y todos los trabajadores, inclusive el obispo, pagaron su tributo al hambre y las enfermedades; más algunos (europeos) desmayaron en momentos de desesperación, el generoso Obispo y el buen cura jamás flaquearon: Pero a los conflictos del hambre y las penalidades del trabajo en medio de los bosques se unieron peligros inminentes, ocasionados por la proximidad de indios salvajes, reputados hostiles y aún feroces: se pidió auxilio de fuerza defensiva a la prefectura del departamento, y fue rehusado por falta de autorización. Se organizó entonces una fuerza compuesta de jóvenes voluntarios de Chachapoyas, destinada a proteger la retirada de la expedición, que sufría mil incertidumbres y miserias, y al cabo fue necesario suspender momentáneamente la empresa. El piadoso Obispo lo creyó así necesario, tanto por evitar la cruel extremidad de entrar en combate con los salvajes, como porque era necesario organizar la expedición, sostenerla con nuevos recursos y dar descanso a los trabajadores después de varios meses de penosísimas fatigas.

Hasta fines de 1862 el señor Ruiz continuo infatigable en su obra generosa; solicitó sin cesar auxilio para sus empresas, sus curatos y misiones; llamó la atención del Perú, haciéndole interesante en la civilización del Amazonas, conquistó a la vida cristiana y las relaciones comerciales y sociales la numerosa y valiente tribu de los Aguarunas; extendió las comunicaciones de los pueblos; creo una nueva vía entre Chachapoyas y Moyobamba, y adelantó con tesón y gran provecho el camino directo al Amazonas. Es placentero ver en las sencillas cartas, privadas u oficiales, del digno prelado, la sincera expresión de su entusiasmo por el progreso de la civilización y la prosperidad de su patria, que su elevado espíritu no separó jamás de la idea del progreso evangélico.

Hallábase el heroico sacerdote casi a punto de coronar su principal empresa, lleno de grandes esperanzas, cuando una grave enfermedad le acometió en las montañas, ocupado en la dirección personal de los trabajo del camino, continuados con empeño, aun con flojo apoyo del gobierno nacional. Pero a su mal físico había precedido un mal moral: la tristeza profunda del hombre abnegado que se siente no sólo mal comprendido y apreciado, sino aún rudamente contrariado por aquellos que con mayor decisión debieran apoyarle. Dentro y fuera de su diócesis el digno prelado había encontrado tenaces resistencias y miserables celos que le hacían oposición, y hasta censuras acres de personas que creían en el ministerio episcopal era incompatible con una acción vigorosa en beneficio del progreso social.

Ello es que su alma afligida por los desengaños y su cuerpo debilitado por mil fatigas, no resistieron al violento ataque que debía llevarle al sepulcro: el 14 de setiembre de 1862, hallándose en medio de los bosques, en compañía de su capellán y tres familiares, sintió un fuerte acceso de cólico; mas si luego se restableció, fue para caer bajo la violencia de una parálisis del brazo. Careciendo de todo recurso, su mal se hizo irremediable, en términos que varios amigos, que al saber de su enfermedad han volado a socorrerle, lo llevaron a Chachapoyas, al conducirle allí el 18 de octubre, sino un cuerpo casi extenuado y un alma entristecida que aguardaba la hora de su eterno viaje. Todo esfuerzo que la ciencia, el arte y el amor hicieron por salvarle la vida fue vano, y el santo sacerdote, puro, tranquilo, lleno de piedad, filosofía y bondad, rindió su alma a Dios, con la dulzura de los justos, el 20 de noviembre a las ocho de la mañana.

Su entierro fue tal como fue su vida: pobre y modesto en lo material, sin otra pompa que la única que hace el verdadero honor a la criatura y ofrece verdadero culto al Creador; el llanto universal de las gentes buenas, agradecidas y sencillas, hondamente afligidas con la pérdida de su buen pastor y del más constante y abnegado servidor de la civilización.

Para comprender y apreciar todo el mérito de esa noble existencia, exclusivamente consagrada al bien, basta tener en cuentas las condiciones del teatro en que le tocó funcionar. Nada más fácil que para un prelado mostrarse benéfico y ganar reputación de piadoso, caritativo y respetable, en el seno de una gran ciudad se sirve de asiento a su residencia episcopal: allí le rodean todas las ventajas de una sociedad rica, ilustrada y fuerte, que ofrece amplias facilidades para organizar la beneficencia, ejercer la caridad, proteger la enseñanza eclesiástica, gobernar toda la diócesis, sostener con esplendor el culto (según el gusto de los que prefieren el esplendor a la modestia) y llenar cumplidamente los deberes del sacerdocio: allí se cuenta con abundantes bibliotecas; se habitan palacios, y con gran lujo; se tienen los honores y el incienso del mundo; se vive una vida muy cómoda llena de satisfacciones; se encuentras auxiliares y recursos para todo; está el prelado al alcance del poder para influir sobre él y recabar sueldos, dotaciones y todo género de apoyo; visita las diócesis viajando en ferrocarriles o cómodos vapores, y recibiendo ovaciones de ciudad en ciudad; en fin, hasta para administrar los sacramentos puede andar en carruajes mullidos y envuelto en delicadas telas de batista y seda.

Pero ¿cuál puede ser la existencia de un obispo, en medio de los bastos desiertos del Amazonas? Indios salvajes o embrutecidos, en ves de la culta sociedad de las capitales, selva vírgenes y ríos inexplorados, en lugar de ferrocarriles y vapores; en ves de las ciudades, de campos cultivados, hermosas catedrales o iglesias, palacios o casas suntuosas, carruajes, ricas ofrendas, sociedades piadosas, establecimientos de beneficencia, curas bien dotados, bibliotecas, archivos, fuertes asignaciones y medios de influencia; en ves de todo esto, decimos, el desierto en todas partes; enramadas con el nombre de iglesias; ranchos miserables, peregrinaciones a pie llenas de penalidades y peligros; misiones aisladas a distancias inmensas; curas abandonados a la miseria y obligado a distraerse de sus funciones sacerdotales; ausencia de archivos y medios de instrucción y beneficencia eficaz; impotencia para todo, por causa de la culpable incuria de los gobernantes y la inanición de las poblaciones!

Tales fueron las dificultades con que tuvo que luchar incesantemente el patriota y abnegado pastor a cuya memoria dedicamos estas páginas; Jamás existencia más humilde, con menores recursos, realizó mayores bienes! Reducción de tribus salvajes; mejora y protección de las ya comenzadas a civilizar; creación y adelantamiento de escuelas y colegios; apertura de vías de comunicación vital, apoyándose en el recurso democrático de la libre asociación, caridad y beneficencia inagotables, propagación y aclimatación de industria útiles; y todo esto realzado con una piedad ejemplar, una gran austeridad de costumbres, un desinterés a toda prueba, una pobreza casi indigente, un espíritu profundamente progresista y tolerante, y una incansable tenacidad en el trabajo: tales fueron los rasgos culminantes de la vida y las obras del doctor Ruiz, en cuya alma generosa jamás encontraron asilo la cólera ni el resentimiento.

¿Podrá indicarse un lunar en esta noble existencia? Por más que la estudiamos, no hallamos en ella sino una sola falta, y aún esta la excusamos sin gran dificultad: el señor Ruiz, como los demás prelados superiores del Perú, protestó en 1855 contra los actos de la Convención nacional soberana que abolieron el fuero eclesiástico: Pero si tal protesta fue y debe ser en todo tiempo una falta a los ojos del republicano, del buen ciudadano que acata la soberanía de la nación y autoridad de la ley, y aplaude toda reforma justa, nuestro espíritu de tolerancia nos obliga a ser indulgentes. No hay que olvidar que las tradiciones eclesiásticas y la educación particular del clero han habituado a sus miembros a considerarse como inmunes, libres de toda autoridad y formando un cuerpo independiente; sin dejar por eso de exigir que el Estado les acuerde todo apoyo moral y material, y se ponga en cierto modo bajo la dependencia de la Iglesia.

Pero en vez de irritarnos con estas exigencias intolerantes, lo que debemos hacer los amigos de la justicia universal es esforzarnos por convencer al clero, mediante una discusión franca, sincera y cordial de que la libertad es lo más que puede convenir a la Iglesia. La libertad completa de la conciencia, del sacerdote y del creyente, si ninguna relación oficial con el Estado, sin ninguna ingerencia de la ley en lo espiritual, o de la Iglesia en lo temporal, sin fueros ni privilegios, de ahí lo que a todos conviene. Es absurdo suponer o crear antagonismos entre una religión sincera y el derecho democrático; y no conviene a ningún partido complicar la política con cuestiones religiosas, como no conviene a ninguna Iglesia complicar la religión con los interese temporales, enajenándose la voluntad de un partido cualquiera.

Lo repetimos: excusamos sinceramente la única falta en que incurriera el Dr. Ruiz, y eso no individualmente, sino por espíritu de corporación, o por un mero error de apreciación. Pero aunque tal excusa no existiese ¿qué valdría una simple protesta sin consecuencias delante de toda una vida de abnegación, virtud y acción civilizadora? Para nosotros el Señor Ruiz es un modelo del tipo sublime a que el sacerdocio debe aspirar en los tiempos que atravesamos.

Hoy no es permitido ser mártir así nomás. Como si dijéramos, buscar el martirio por el solo placer del martirio: el sufrimiento engrandece y glorifica a los hombres, a condición de que sus hechos sean positivamente útiles a la humanidad. El sacrificio puramente personal, sin beneficio de tercero, no es en realidad sino una forma sublime de la vanidad, del egoísmo, del orgullo, o la ignorancia de su propio destino: pero sacrificarse por el bien común, y saber armonizar la religión con la civilización, la piedad con el patriotismo, la acción del sacerdote con la del ciudadano, la fe del progreso, es elevarse gloriosamente a la comprensión del ideal que Dios y el espíritu humano han indicado al sacerdocio como objeto de sus aspiraciones y esfuerzos.

(“La Revista Americana - 1863”)