viernes, 19 de febrero de 2021

 El gallo Ruco (cuento)



María Natividad era una vecina del barrio de Luya Urco; tenía su casa en la calle Santo Domingo, una de las arterias que cruza en toda su extensión a este suburbio antiguo, calmo y señorial, que en los inicios de la nueva ciudad fue destinado como cobijo para los conquistadores y a los nuevos amos y señores de la ciudad. María Natividad, como toda vecina y ama de casa de este barrio, contaba con una casa extensa con su huerto dispensado y un rincón de este fue destinado para la crianza de aves de corral. Así, contó con una docena de gallinas y un gallo rechoncho de plumaje blanco. Este macho plumado, por su envergadura y su exceso de peso no podía cumplir su tarea de un rígido semental, no había gallina que le aguante y por tal demérito disminuyó considerablemente la producción de huevos, ante lo cual doña Nati decidió darle fin al desventurado “pluma banca”.
Una madrugada pasó por su puerta un arriero, sobre la carga de su jumento venia atado un gallito descolorido, desvalido, maltrecho y sin plumas en la cola. La urgencia motivó a doña Natividad preguntar por la oferta del plumífero; el dueño sin más aspavientos, por una bicoca de monedas entregó al minúsculo cantor a su nueva dueña. La señora con el gallo bajo el brazo, se dirigió de prisa a su gallinero, más prisa mostraron las inquietas gallinas en cuanto notaron la presencia del plumero sin cola soltaron un receloso cacareo. Como un trapo en desuso fue aventado el gallo “Ruco” gallinero adentro, al no tener cola perdió el equilibrio y el pobre terminó pico en tierra dentro de la cazuela. Se puso en pie, sacudió las plumas; las gallinas levantaron el pescuezo con curiosidad, pues la necesidad no daba lana para el menosprecio, total, gallo es gallo en cualquier corral. Ruco, oteo el nuevo hogar con disimulada arrogancia y para marcar su presencia y asentar su dominio, picoteo el piso una y varias veces dando giros tanto a la izquierda como a la derecha. Las gallinas permanecían inmóviles siempre con el pescuezo erguido, observando la presentación del nuevo semental. El desconocido inquilino, es decir el nuevo amo del gallinero, aleteo varias veces, estiró el pescuezo, levantó el pico y soltó a los cuatro vientos su quiquiriquí esperado. Por fin gallo en gallinero, amo y señor, emprendió a dar rienda suelta a su faena.
Ruco, sin perder tiempo, en una sola jornada se despachó a la docena y así pasó el día, con entretiempos de acicalar sus plumas a modo de acomodo para nuevas envestidas. No dio tregua el condenado, entre subidas y bajadas pasó su primer día. Llegado el atardecer, las gallinas una tras una se enfilaron en su acomodado madero. Ruco cual gallardo caballero espero para el final. No tenía precio su menuda apariencia, más valía su astucia y experiencia. Dicho y hecho la noche fue de provecho para el recién llegado; entre idas y subidas se pasó por todas las gallinas, y estas a tal desconsideración, soltaron el cacareo; el alboroto se extendió a corrales vecinos y la alerta invadió la noche y el sueño se perturbó por todo el barrio en un extendido cacareo por todos los rincones. Se escuchó que algunos vecinos se levantaron de sus aposentos; esto era muy notorio en este barrio, este mágico espacio hacia resonar las voces; como por ejemplo se enteraba uno de la queja de un niño cuando se enredaba el hilo de su cometa, o cuando la pelota rodaba barranco abajo desde el cerro colorado, ese barrio al estar acunado cuenta con merecida acústica: …Qué pasa con ese alboroto?exclamaron algunos; otros mascullaron -no será que hubo temblor? - El canchul, el canchul dijo alguien más ,- se estarán robando las gallinas?, -suelten a los perros, azuzaron a la vez y el ladrido se sumó a la confusión. Desde su baranda el hijo de doña Nati anunció a la desvelada inquietud,- ¡es Ruco, es Ruco!
Y las noches que sucedieron, se repitió la misma escena, todos centraron su atención en el tal Ruco. Unos soltaron sus malas lenguas, que podría tratarse del alma de un condenado que para espantando a las gallinas. Tanto va el cántaro al agua, que al final la queja se hizo oído en alguna autoridad, doña Natividad para dar tregua al malestar, vio como conveniente atar al gallo Ruco a una estaca, así tenga descanso y de paso escarmiento por su tremendo atrevimiento. Además un gallito desfigurado no le vaya dar fama de mala vecina y así quedó Ruco confinado por varios días.
Al no tener faena el diminuto Ruco mermó la producción de huevos en el corral de doña Nati, de pura vergüenza no atinó a liberar a su gallo. Aquí es cuando prendió el ingenio de su pícaro hijo. Muy de temprano, apareció pegado en la fachada de su casa un cartel que decía: “Alquilo gallo pisador, precio un huevo por gallina”. Y esto tubo buena acogida y por tanto el gallo Ruco, valor y peso; el aventurado pasó de vecino en vecino y luego de calle en calle y así de igual el alboroto resonó de rincón en rincón, los aguaciles no dieron con el autor de tales males. El gallo, como si fuese un Juan Tenorio, cual hábil conquistador pasó oculto de mansión en mansión, dando rienda suelta para lo que fue destinado.
Una tarde, desde el último rincón del barrio fue devuelto Ruco a su corral. Llegó liviano, desvalido y desecho; no tomó pie, permaneció con el vientre sobre el piso; la dueña viendo su mal estado no atinó a hervir agua para su final, más bien le preparó un mejunje con ajos y alfalfa que le desparramó a chorro continuo en el pico hasta rellenarle el buche; a los pocos minutos el gallo levanto giro, revoleteó sus alas y soltó su esperado canto, como quien dice, estoy de nuevo aquí y las gallinas al unísono soltaron su cacareo colmado de buenos deseos para el gallo y para sí mismas, no es para menos.
Llegado la noche, todo el gallinero estaba enfilado en su madero y como tal Ruco el primero en la fila, cual tramada manía para emprender más tarde con su arremetida osadía. Y como hay trueno que anuncie la tempestad, a media noche se soltó el cacareo; se empezaron a encender las luces en algunas viviendas, cerca como también a los extremos, equidistantes se escuchó en la moche la queja, más bien el clamor de los vecinos,….- ¡Ruco, Ruco, deja dormir Ruco!, a los pocos minutos el silencio cubrió la noche.
En la madrugada sopló un viento frio, el roció al borde del tejado iba engordando de poco a poco unas gotas de agua, luego de colmadas se desprendieron para estrellarse como gruesas lágrimas que se perdieron en la reseca tierra. A lo lejos se escuchó el canto de otros gallos, más no de Ruco. Doña Natividad en su falda recogida llevó unos puñados de maíz para alimentar a su corral; se sorprendió que el gallinero no se alborotó al notar su presencia, a la costumbre del primer bocado del día. Las gallinas calmas picoteaban en vano el piso, tratando de llamar la atención o tal vez su lamento: al centro del grupo permanecía el cuerpo inerte de Ruco, con el espinazo sobre el piso, tenía los ojos cerrados y una pata levantada, en señal de su última aventura, como buen gallo se fue de este mundo sin enterrar pico en tierra pero si con la pata levantada hacia su ultimo y final peldaño.
Ruco, por decisión de la familia no fue destinado para guiso, por su servicio prestado a la comunidad de Luya Urco fue enterrado con honores en el jardín de la casa, siempre con la pata en alto, cuyas garras se camuflan bajo las espinas de un viejo rosal, arañando como si fuese un sueño.

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