viernes, 16 de enero de 2009

Amor de padre


En ciertas ocasiones terminada las labores escolares, solía acompañar a mi padre hacia una finca que heredara de sus padres y abuelos, a unos cuantos kilómetros de la ciudad; no sé si lo hacía por lo agradable de su clima abrigado, o por nostalgia al pasado, más bien me parecía este último.


Mi madre aceptaba con desagrado esta decisión, ella asumía que el campo es peligroso para un niño, qué ayuda podría ser a un padre anciano que ya bordeaba los 70 años. Ella sabía que solía remontarse por largas horas de caminata en la montaña y estar a expensas de los frutos silvestres. Pues en cambio a mi no me atemorizaba esa idea; me inducía el espíritu de conocer algo nuevo, de montar a caballo y de arrear el ganado; de comprobar las historias que se tejían por esas tierras. Se decía por ejemplo, que los osos de anteojos o los venados pardos bajaban muy de mañana a husmear por la casa hacienda y muchas veces se les veía asomarse por la portada. La alegría del reencuentro con mi hermano mayor, quien residía en el lugar con su esposa e hijas, era como el representante de papá en los asuntos de la hacienda.

Mi hermano Nazario, un hombre muy peculiar, con muchas historias y cuentos que se guardaba en el bolsillo, no sé si los recopilaba de la gente del pueblo, o las inventaba; cuentos de demonios, duendes y de pájaros que hablan. Estos relatos tenían un gran acento de misterio, especialmente cuando los contaba por las noches, acompañado por el canto lúgubre de alguna ave nocturna, desde la copa de los nogales, que bordeaban el camino a la casa.

Mi padre, hombre de carácter fuerte, muy pocas veces se le veía sonreír; la mayor parte de sus temas de conversación se referían a asuntos de la hacienda, de lo que no estaba a su agrado; y quien pagaba todo esto, era mi hermano. Responsabilizándolo, ya sea por los abigeos, por la mala época de siembra, o las cosechas, la usurpación de linderos, etc.; estos sermones se repetían siempre a la hora de los alimentos. No aceptaba contradicciones, teníamos que escuchar en silencio; hasta los peones más plantados le temían, lo trataban como: “patroncito”, “don José” o “el taita José”. Yo escuchaba en silencio y con cierto temor a una reacción, por la refutación que podría hacer Nazario; a veces mi padre reaccionaba de una forma violenta. En cierta ocasión, vi coger un leño y golpearlo.

Solía levantarse muy temprano; apenas con la primeras luces del alba. Toda la familia al frente de la mesa, esperando que se sirviese el desayuno, afuera se escuchaba todavía el canto de los grillos, o alguna talacua (lechuza) remontaba vuelo hacia los riscos; el ganado se asomaba por los cercos olfateando el lamedero de sal, una piedra grande al centro del patio donde se colocaba sal en piedra, en espera que el portón se abriese.

Terminado el desayuno, cogía su sombrero para aguas; vestía un pantalón caqui, unas polainas y siempre el saco puesto; Nazario llevaba una soga a la bandolera, su machete al cinto, una Rémington calibre 20 y su perra chuta; yo en cambio llevaba la emoción por dentro. Íbamos los cuatro camino arriba, digo los cuatro, contando a la perra "Cazadora", así se llamaba. Papá caminaba hacia delante, teníamos que ir a su paso, no podíamos adelantarlo; el camino en pocos tramos se presentaba escabroso, mientras más avanzábamos se veía la vegetación más tupida. En cada trecho se detenía para explicarme el nombre de tal árbol: el ishpingo, morichal, aliso, guayacán, tola y observar a algún pájaro de vistosos colores, había uno de plumaje azulado, verde, amarillo y con un copetón azul, lo llamaban “quenquen”, muy hermoso, es una ave prensora; el “piuro” de alas pardas y pecho amarillo; el tucán o pinsha de diferentes variedades; otro pequeño todo rojo intenso y cabeza negra lo decían “pancho”. Conocía el nombre común de casi todas las plantas, y las de cualidades medicinales.

En algún tramo del Camino nos adentrábamos a los matorrales; sabía en que lugar había un árbol frutal, podría ser duraznos, chirimoyas, zarzamoras o alguna otra fruta silvestre; como una de fruto muy agradable, parecido a la uva, se llamaba “culao”, los frutos se presentaban de enero a marzo y muy apreciados por la gente del lugar; y que decir de las mullacas frutos pequeñitos en racimo que pintaban la boca, le decían también borrachera de perro, por que a estos les ocasionaba un tambaleo cuando lo comían. Veía que en estas cátedras campestres ponía mucha emoción; así también sucedía, cuando se encontraba algún vestigio de lo que habría sido una vivienda; decía por ejemplo que en ella moró un pariente lejano, un peón huraño, o la construyó su padre para habitarla en momentos de soledad o de amargura; pues era un hombre muy renegón y que ante su presencia la montaña se quedaba en silencio. Hasta cambiaba su voz con estas narraciones, siempre ligadas a su pasado, parecía que soñaba. Se mostraba tierno, muy interesado en que se le escuchara. Quizás esa era la forma de mostrar cariño, para conocer más de él. Los dos hermanos escuchábamos atentos, Nazario no era la primera vez que escuchaba, las sabía de memoria, y en algunas ocasiones las volvía a contar, con un acento de misterio y de irrealidad; era su especialidad, un gran cuentista, sonaba divertido. Caminábamos horas de horas, caminos arriba, caminos abajo; llegábamos hasta confines de la propiedad, una montaña, un río o una quebrada, cada lugar tenía un nombre; como Purun LLacta o Pueblo abandonado: ruinas pre incas, viviendas circulares, con frisos de aves y otros animales del lugar, formados con diferentes tipos y tamaños de piedra, colocados a manera de cuña. Recorríamos, pampas, colinas, puquíos. Estos caminos me causaron un gran impacto, me dejó una marca de por vida: “las lecciones de papá”. Hoy soy un apasionado de la naturaleza; cuando a ella voy, me encierro, me mezclo, empequeñezco en su inmensidad.

Subíamos a una colina para avistar el ganado, se les podía ver cuando estaban en terreno claro, mas no cuando adentraban en la montaña. También cada ganado tenía un nombre; según, ya sea por el lugar en que han nacido, por el color de su pelaje o por alguna otra característica; cuando alguno de ellos estaba al borde de un barranco corría para sacarlo fuera de el, o pedía que franqueemos los riscos, podrían desbarrancarse; algunos se mostraban huraños, chúcaros se les decía; corrían despavoridos; yo les cedía el paso con temor a ser arrollado; mi padre gritaba molesto, que podría hacer, tenía tenor: Estaba recibiendo mi primera lección, mi hermano se compadecía.

En cierta ocasión cuando regresábamos, después de visitar a unos parientes en la hacienda Tolpin; traíamos un caballo y un mulo, cargados de duraznos. Nos detuvimos en el camino, papá se adentró a un potrero para atisbar a sus caballos, ver en que estado se encontraban; yo me quedé en el camino con las dos bestias; estos no pertenecían a la manada, eran los más hoscos, pero con su amo se portaban como corderos, eran sus preferidos. De repente en forma sorpresiva apareció un burro choro, padrillo de las yeguas; este borrico condenado emprendió contra las bestias a mordiscones, fue una pelea brutal, coz contra cabeza y mandíbula contra pescuezos; trataba de arrearlo, pero el muy salvaje, terco como un mismísimo burro, seguía prendido de los pescuezos. Gritaba, tiraba piedras, llamaba a mi padre, éste no se asomaba; temeroso, presumía que esto terminaría con la muerte de alguno de ellos, ya me faltaba llorar. Se hizo presente, cuando todo se había calmado; al final, fuimos tres contra el burro, me dije para si. Me encontró recogiendo los duraznos desparramados, hacia las alforjas; le conté lo sucedido, con cierto temor a una reprimenda, los animales tenían el cuello lastimado; me miró complacido, me dijo que el borrico era un animal muy dócil, pero reaccionaba así con los extraños a su manada. Bueno esta mi experiencia fue comentada en la noche, a la hora de la cena; mí hermano decía que hay que deshacerse de ese animal; papá molesto le reprimía, eso pasa por que los cercos están en mal estado y el burro los puede franquear. Ante esto, les propuse una solución, para evitar la discusión; opiné que lo ideal sería, que al borrico mordelón se le pusiera una dentadura postiza; vi reír a papá hasta que le salieran lágrimas.

También algunos lugares de la hacienda, tenían nombres muy peculiares. Hay uno que se encontraba en una encañada, un espacio estrecho, a donde el camino descendía, para luego ascender hacia otro cerro elevado. El lugar era frío, los cerros la ocultaban de la luz directa del sol, este se iluminaba sólo al medio día. Las plantas crecían hirsutas, como queriendo escapar hacia la luz. Un silencio marcado se notaba, sólo se escucha el eco de nuestras pisadas. Este cuadro nos incitaba a acelerar la marcha. Paso obligado para el potrero y la hacienda Tolpín: le llamaban "Miguel Pasana".

Dice la historia, que en cierta ocasión y en una noche ya avanzada, un jornalero de regreso a su casa, llamado Miguel, se topó con el espanto; éste le propuso hacerle rico, a cambio de su alma. Ante esta tentación, Miguel que era hombre de recio valor y devoto de la Virgen de Belén, patrona de la finca; llevaba en el pecho, prendido un escapulario. Sacó su machete y dio dos golpes sobre la roca, en forma de cruz: dos rayos iluminaron el recinto. ¡No te temo, soy hijo de esta santa madre!, le dijo al condenado, mostrando su escapulario...¡Prepárate, shapingo maldiciao, que te voy ha despishtar!, le volvió a replicar; tiró su poncho al hombro, levantó su machete y escupió su chacchado; se acomodó para enfrentarlo. El cielo se oscureció, el condenado vomitando fuego, gritó desde las peñas: ¡NO HAY HUMANO QUE ME HAYA DESAFIADO!, ¡TU ERES LIBRE, ¡PASA MIGUEL!, ¡PASA!. Pues los que sabíamos de esta historia, teníamos cierto temor al pasar por este lugar. Algunas veces se jugaron hasta bromas muy pesadas. Nazario se adelantaba en su camino y esperaba en el lugar, oculto; para salir disfrazado: se colocaba cuernos de vaca en la cabeza, cubierta de un poncho nogal oscuro. Dicen, que a muchos les hizo esta broma, más de uno sufrió un desmayo.

Hay mucho que contar de este lugar tan extrañado, que me enseño a querer mi padre, con tanto interés de que conociera cada rincón. Cuál fue la razón?, y cuáles fueron sus sueños?. Quizás pensaba que algún día, nos hiciéramos cargo de ella. Tenía el rostro desencajado y marchito, serio, hosco. Quería mucho a esas tierras, que podría hacer, ya estaba viejo; se sentía solo, se encerraba en una soledad que el había creado; como si nadie lo entendiera. Unas veces se mostraba silencioso otras hablaba hasta el cansancio y teníamos que escucharlo, para no verlo rabiar; pocas son la veces que mostraba una caricia; sé que tenía un gran cariño, pero se mostraba parco y reservado.

Recuerdo que el único juguete que me regaló, fue un bolero de madera. Una de esas tardes de vacaciones; se sentó en su butaca y me mostró el bolero, ¡ven!, me dijo, ¡te voy ha enseñar como se juega!, ¡fui muy diestro con esto!. Dio una voltereta a la bola y acertó, otra y otra; pocas veces fallaba. Me quedé asombrado; ¡ya me está fallando el pulso!, decía. Me demostró algunas técnicas: volteretas repetidas, volteretas al revés. Qué bien lo hacía.

Hoy, a mis años, guardo en mi mesa de noche un bolero de madera, que he de repasar las volteretas de vez en cuando, quizás hasta que me tiemblen las manos? Algún día será el juguete que Diego, mi hijo, guarde en algún rincón, para practicar algunas volteretas. Pero el no ha de esconder alguna lágrima por sus recuerdos…

4 comentarios:

  1. Que tierno, en un instante me he podido transportar con la imaginación vívida, a mis pagos, soy peruana viviendo en el exterior, gracias por entregarnos tus recuerdos, por lo dulce que eres...buen amigo...crisfriend_68@hotmail.com

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  2. Eres Grande TIO, quiza el único que plasma sus recuerdos con tanto cariño y amor a su tierra,
    gracias por recordarme que somos sangre.
    Fui uno de los nietos mas queridos de Papá José
    y me siento orgulloso por ello y orgulloso tambien por lo que fué y cómo fué el Abuelo.
    Espero leer mas de las cosas buenas que escribes
    Adelante PEPITO. Saludos: Wilson Baldera Ruiz.

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  3. Juana Nancy Ruiz Caro15 de mayo de 2010, 7:55

    ¡Qué lindo hermano! Hoy lo volví a leer y cada vez que lo hago, se me oprime el pecho y me brotan las lágrimas, recordando a nuestro padre, a nuestro hermano y todo ese sentimiento ´que expresas en tus descripciones que nos hacen remontar al pasado. Te felicito, tienes una gran habilidad para escribir, sigue adelante.

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  4. Tio te felicito siempre entro a tu pagina , es muy linda , me llena de emoción leer tus poesias , la poesia a mi tio nazario, lo lei en casa de mi tia vicky en trujillo,muy linda felicitaciones. JOSÉ M. VÁSQUEZ BUSTAMANTE . NIETO DE OLGA RUIZ.

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